14.963 likes en Facebook; un nombre: Tio Zarraluki, un lugar: España, exactamente Barcelona. Todo ocurrió por casualidad, navegando en la red, en la que una tarde, encontré los trabajos de este joven artista español, los cuales me fascinaron inmediatamente. ¡ Justfallinlove!
Una colección de retratos, femeninos y masculinos, rostros andróginos, cuellos largos inclinados hacia nosotros, que recuerdan vagamente las larguras de Modigliani: miradas que asombran y alucinan. Los retratos de Guim son alteraciones de fotografías de moda, de publicidades que invaden las revistas de la misma categoría, como Vogue. Guim, con gran habilidad transformadora, vuelca la realidad como si fuera un idílico sofista, la falsifica como un maquillador con estilo y le da otra dimensión, tan distinta al habitual sistema de la moda. La belleza propuesta por Guim es pintoresca, reelaborada con pasteles, delimita los rostros de pastel, los hace sobresalir desde la nada, no importa si son blancos, negros o grises. Parecen marionetas con narices rojas o amarillas, una representación de la moda bufo y original, una cajita musical con ojos grandes, englobantes, como discos de vinilos que suenan melodías indie o rock. Son sueños extraños, perturbantes, se nos pegan como cola, son exuberantes y emanan frecuencias únicas.

Guim hace resaltar los ojos, las narices y las bocas, a veces introduce formas geométricas como los triángulos, borra otras miradas o mantiene bocas a medio sonreír, gloriosas y carnosas. Recuerda vagamente las geometrías del Bauhaus, pero un poco más sucias, más difuminadas, imprecisas, humosas. Las mujeres de Guim son humos evanescentes, pastelosos y colorados, ligeros y solitarios. El ojo se convierte en el centro del mundo, se proyecta hacia el infinito, es perfección, periodicidad, obsesión, profundidad, vacío, límite. Sus seres son turbados, inciertos, mutantes, de una nueva especie, los habitantes de Guim Tió.

Intentan seducir. Mei, Freda, Sacra, Icar son payasos de un mundo perdido, con pómulos amarillos, disquetes indiscretos, identificables por un enrojecimiento anómalo. Son payasos tristes en un mundo de comicidad congelada. Es como si Guim marcara, con sus huellas de pastel, el perfil que cada uno, o a su manera, la idiosincrasia de su alma. Las peculiaridades de la nariz suelen exaltarse, los ojos se convierten en abismos que engloban el naufragio de los impecables sistemas de la moda. Guim da color a las sombras de la moda.

Doma y Martin: hombres anónimos que encarnan un eterno estado de sueño, de transe, con un subconsciente de pastel, pesadillas y sueños, atraviesan las miradas, se convierten en protagonistas de un teatro absurdo, de un existencialismo blando y listo para cortar, ligero y al mismo tiempo cargado como si fueran nubes oscuras, una gota o una lágrima que pudiera limpiar de las caras el dolor de la memoria, el maquillaje de pastel que pone en escena las máscaras de la comedia. Doma, con pómulos rojos, bigotes y ojos compuestos por circulillos blancos y marrones, parece un equilibrista, un funámbulo perdido en el espacio, confundido en sus recuerdos, en una psicosis transcendental que se refleja en un equilibrio roto.

El artista español también ha conquistado una ciudad como Taipei, gracias sobre todo a la reciente exposición The Dark Side of The Moon: lo que Guim regala a sus huéspedes es el lado obscuro de la luciente luna.
En lo que se refiere a Tian, sólo puedo decir que es uno de mis favoritos. Se queda envuelto en un aura blanquecina, que emerge de un homogéneo y humoso gris smog, ojos cerúleos, nariz piramidal y faraónica, como Pitágoras y una sonrisa enigmática, fascinante, divertida, irónica, con un pellizco de sensualidad, pero siempre pastelosa, una nueva Sonrisa de Mona Lisa. Los personajes de Guim son solitarios, unívocos, dibujan sobre un espejo de agua la soledad de los números primos, divisibles solamente por uno y por sí mismos.